El Banquete
Estaba parado como tantas otras veces, frente a la vidriera de ese restaurante, Joaquín pareció dudar, lo conocía desde mucho tiempo atrás, pero jamás había entrado.
Se quedó mirando un instante más y luego se preguntó algo indeciso <<¿Darán bien de comer?>> <<¿Será sabrosa su comida?>>.
Al fin, tomó la decisión y entró. Al instante el encargado del salón se acercó y con una sonrisa forzada, lo ubicó en una mesa cerca de una de las ventanas. Desde ese lugar podía ver a gran cantidad de personas, que pasaban en una y otra dirección. Todos iban arropados debido al viento frío de ese crudo invierno.
El mozo se aproximó y le entregó la carta. Joaquín comenzó a leerla con gran entusiasmo y sin prestar atención al costo de los platos. En verdad cada línea del menú, se le ofrecía como una auténtica exquisitez. <<Me resulta muy difícil elegir con semejante variedad de platos>> pensó.
Era tanto el apetito que tenia, que se imaginó como un integrante de una jauría de lobos hambrientos.
Después de leer con mucho interés logró por fin decidirse.
El mozo llegó dispuesto a tomar el pedido.
-Como entrada – dijo Joaquín -, quiero pedirle lo que parecen ser, unos deliciosos “Pastelitos de Atún y Queso”.
El mozo anotó y enseguida preguntó.
-¿Y como plato principal?
-Déjeme ver… – Joaquín seguía concentrado en el menú, al fin dijo – Si… tráigame unos “Ravioles Rellenos de Ricota y Jamón”.
-Muy bien señor ya le hago marchar la orden.
-¡Un momento! – dijo Joaquín – , aún no terminé… después de los ravioles… tráigame un “Bistec de Lomo con una tortilla de papas a la Española”.
El mozo puso cara de asombro, anotó y se retiró moviendo la cabeza de lado a lado.
Los platos se vaciaban rápidamente, los alimentos desaparecían sin misericordia en la boca del hombre.
Al ver los platos vacios, el mozo volvió y le preguntó si iba a desear algún
postre, aunque para sus adentros consideraba que después de semejante comilona, ese cliente no le iba a quedar ganas ni para chuparse una uva.
Joaquín lo miró y con una sonrisa le pidió un “Cheesecake con Fresas”
-Muy bien señor – dijo el mozo asombrado, pero justo cuando se iba a retirar, un grito lo detuvo.
-¡Alto! – le dijo Joaquín – me quedé con un antojo. Antes del postre… por favor hágame marchar un buen plato de “Camarones al Ajillo”
El mozo no lo podía creer, el lápiz le temblaba sobre el papel. Con cara de asombro se metió en la cocina totalmente incrédulo.
Después que Joaquín se deleitara con el último camarón, el mozo le acercó el postre. El comensal lo saboreó con placer infinito y hasta la última fresa.
El personal del restaurante lo contemplaba con gestos de asombro.
Pero al cabo de unos minutos Joaquín comenzó a sentirse mal, unas dolorosas puntadas estomacales lo hicieron doblarse. Era más bien una combinación de síntomas, temblaba igual que una hoja sacudiéndose en medio de un violento remolino de aire. El dolor resultaba insoportable, daba la sensación que cantidad de hormigas devoraran sus viseras. El pecho se le oprimía y le dificultaba la respiración. De inmediato comenzó a sentir pellizcos en las piernas y en los dedos de sus manos, con una conocida sensación de adormecimiento.
Joaquín era un hombre viejo y se dio cuenta como si fuera una revelación, que esa noche podía morir. No sentía temor, pues contra todo lo previsto la idea de la muerte, estaba impregnada en su alma desde mucho tiempo atrás. Siempre rogaba, que cuando sucediera lo inevitable, fuera de una manera piadosa.
Envuelto en hojas de diario, acostado sobre planchas de cartón roñoso, el anciano Joaquín, con las últimas fuerzas que aún le quedaba, tiró de la manta para cubrirse la cabeza, pero ahora sus pies desnudos, quedaron expuestos y desguarnecidos a merced de la noche helada. La respiración se volvió imperceptible. El amplio zaguán que lo había cobijado durante tanto tiempo, lo presintió lejano, como si se fuera deshaciendo en medio de ese desvarío, y en un instante la oscuridad más tenebrosa, invadió su alma.
El hechizo imaginario de aquellos exquisitos manjares, en esa última noche, parecía de alguna manera conformarlo en ese momento de angustia.
Joaquín con una sonrisa y relamiéndose los labios, se murió de hambre.