El Convertible Rojo

El convertible rojo devoraba los kilómetros de manera infatigable. Jorge conducía relajado, disfrutando del manejo en esa cálida noche de verano. Mientras tanto la luna llena iluminaba la soledad infinita de la ruta. De improviso, comenzó a escuchar un extraño ruido que provenía del motor de su automóvil. Se puso tenso. El sonido intermitente del comienzo, luego se hizo continuo y más ruidoso.
Refunfuñaba por su mala suerte, miró su reloj pulsera, era casi la media noche. Suplicó de encontrar rápido una estación de servicio o por lo menos algún parador donde pernoctar, le inquietaba tener que hacerlo en medio de ese desamparo.
Recorrió varios kilómetros sin lograr divisar la más mínima señal de vida, nada. Hasta que por fortuna la claridad de la luna le permitió distinguir sobre un costado la silueta de un motel. Sin dudar un instante encaró hacia la entrada. Lo primero que hizo al llegar fue apagar el motor del auto pues el ruido le resultaba insoportable. Al descender lo envolvió un apacible silencio, solo interrumpido por el chirrido agudo de un cartel que la suave brisa acunaba. Con alguna dificultad alcanzó a leer: “Hospedaje El Sueño Feliz”.
Divisó que un haz de luz se filtraba a través de una de las ventanas del frente. Enseguida atravesó algunos canteros colmados de bellísimas flores y ni bien llegó a la entrada, oprimió el timbre. Cuando la puerta se abrió, el asombro lo sacudió, era la mujer más exquisita que había visto en su vida. Una cascada de rubios cabellos caían sobre los hombros, pero lo que más impactaba, eran sus ojos de un profundo color azul. Los rasgos finos y delicados del rostro albergaban unos labios de una tremenda sensualidad, que en ese momento dibujaban una apacible sonrisa.
La sorpresa fue tal, que por un instante Jorge se quedó sin habla; después de varios segundos, logró articular algunas palabras.
– Hola… tuve un problema con el auto y… pensé que tal vez… dispusiera de algún cuarto para pasar la noche.
– Por supuesto señor, tengo uno libre, ¿quiere verlo?
– Me gustaría… mi nombre es Jorge.
– Acompáñeme Jorge, el mío es Sabrina.
– ¡Bonito nombre! – respondió él.
La joven se dirigió y abrió una puerta que daba a la espaciosa sala.
–Pase… vea si es de su agrado.
La pieza tenía una cama de dos plazas, una mesita de luz que sostenía un velador sin pantalla, una silla y un ropero chico bastante antiguo.
– ¡Es perfecto! – comentó Jorge.
Sabrina entonces se volvió y regresó a la sala, mientras agregaba.
–Como ve, estaba preparando la mesa ¿le gustaría compartir la cena conmigo?
– Me encantaría.
Jorge se sentía feliz. Esa noche la diosa fortuna estaba de su lado, gracias al desperfecto de su automóvil, estaba disfrutando una velada distinta, muy especial.
– Tome asiento señor, enseguida le sirvo la comida.
Jorge no salía de ese embeleso, la belleza de aquel ángel lo fascinaba. Al minuto la joven regresó con dos platos servidos. Entonces el muchacho preguntó.
– ¿Vive sola Sabrina?
– Así es. Desgraciadamente hace unos años falleció mi padre.
– Lo lamento – respondió él – deduzco que no le debe resultar nada fácil mantener todo esto.
– Me las arreglo don Jorge.
–Al llegar vi en la entrada unos canteros con unas flores hermosísimas, es evidente que le agrada la jardinería.
–Si, me gusta mucho, además me resulta muy placentero trabajar la tierra.
El joven sonrió con dulzura y agregó.
–Pero dígame… en medio de esta soledad ¿alguien viene a hospedarse?
– Usted es el tercero este mes, con eso y algún arreglito de mecánica, voy tirando.
– ¿De mecánica? Me sorprende, jamás lo hubiera imaginado. Sus manos lucen preciosas.
-También me hago tiempo para cuidarlas – y sonrió con timidez.
-No deja de asombrarme Sabrina. ¿Así que le traen coches para reparar?
-A principios de mes vino un señor mayor con un inconveniente en la dirección de su “Mercedes” blanco. Lo arreglé enseguida.
-Solo me queda agradecer al destino por la suerte que he tenido al llegar a este lugar. La comprometo entonces para mañana ¿podrá revisar mi convertible rojo, está haciendo un ruido insoportable?
– Descuide don Jorge, mañana lo vemos. Ahora vaya a descansar.
– Ok Sabrina… hasta mañana.
Jorge se sentía feliz. Enfiló hacia el dormitorio, una vez dentro comenzó a quitarse la ropa, probó el colchón que no estaba nada mal y se acostó.
Habrían pasado unos pocos minutos, cuando una tenue luz comenzó a filtrarse por la puerta de la pieza que se iba abriendo lentamente. Jorge encendió la luz. Divisó entonces la figura de Sabrina, que totalmente desnuda caminaba hacia él. Con una sonrisa traviesa, la joven se deslizó ágil entre las sábanas. La sorpresa del muchacho fue enorme, no podía creer lo que estaba sucediendo.
Al sentir el calor del cuerpo de la mujer junto al suyo, le hizo desaparecer al instante ese desconcierto inicial. Reaccionó por instinto, quitó la sábana que los cubría y contempló extasiado ese espejismo que se ofrendaba. La muchacha era la mismísima encarnación del deseo. En silencio comenzó a acariciarla, besándola con pasión. Sus labios la fueron recorriendo desde los pies hasta los parpados de esos hermosos ojos. El éxtasis en el que estaba sumido, le impedía cualquier pensamiento, solo entrecerró los suyos para disfrutar a pleno de ese momento maravilloso. Deseaba que el tiempo no transcurriera. Jorge sentía correr por sus venas un río ardiente de lava volcánica, la aferraba temeroso como si la joven fuera a desaparecer en cualquier instante. Al cabo de un buen rato, ya con la mente perdida en el vacío y como un gladiador exhausto después de la batalla, se abandonó sobre el cuerpo tórrido y sudoroso de esa diosa, que también respiraba con agitación.
Sofocados, quedaron así abrazados un tiempo, mientras el joven se iba sumergiendo en un sopor delicioso, y finalmente se quedó dormido.
A la mañana siguiente un pesado camión de transporte detuvo su marcha frente al parador. De la cabina bajó un hombre gordo, canoso, con la camisa pegada al cuerpo por efecto de la transpiración. Saludó de manera afectuosa a Sabrina.
– Hola muchacha – dijo el hombre – ¡Que hermoso tienes el jardín!
La mujer dejó la pala sobre la tierra recién removida y le respondió.
– Hola don Cosme, siempre puntual usted.
– Tome niña – el camionero le entregó un sobre.
Gracias don Cosme… ya está listo… se lo puede llevar.
–Ok Sabrina. Hicimos un negocio redondo… el “Mercedes” blanco se vendió enseguida.
–Me alegro mucho y gracias. Ah… don Cosme, tengo una oportunidad que descuento le va a encantar… ¡Es un convertible rojo precioso!
 


Posted 21 junio, 2015 by admin in category Cuentos

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