Solo un Hombre

Sonó el despertador con un chirrido aún más fuerte que otros días, pensó que debía abrir los ojos, dudaba que en algún momento de la noche los hubiera cerrado, que importaba ya, eran las siete de la mañana y debía iniciar la obligada rutina de todos los días, llegarse hasta el banco donde se desempeñaba como cajero.

Hacía tres meses que Sandra lo había dejado, se marchó con otro hombre.
Hoy se reprochaba muchas cosas ¿Cómo no se dio cuenta que Sandra había comenzado a arreglarse y maquillarse como cuando era joven? ¿Por qué tampoco quiso darse cuenta de sus llegadas tardes?
Abrió la puerta del placard, tuvo que estirarse para alcanzar el estuche en el estante superior. Lo tomó entre sus manos con suavidad, lo conocía muy bien, había sido de su padre, antes de morir se lo había entregado. El contenido siempre lo había fascinado pero nunca se atrevió a usarla, ni siquiera intentó simular un disparo con el cargador vacío.
El hombre levantó la tapa, ahí estaba, hermosa y sombría al mismo tiempo, se quedó contemplándola; tan ensimismado estaba que no oía la pava, que silbaba con insistencia su aviso de temperatura. Sin pensarlo o si, tomó el cargador completo de balas y lo introdujo en la culata del arma, el “Click” fue el aviso que estaba en posición, se la calzó en la cintura debajo de la camisa.
Apagó la cocina, se preparó un té con la poca agua que quedaba y se sentó junto a la mesa, mientras algunas lágrimas se deslizaban por las profundas arrugas, que las penas habían estampado en su cara.
El aire fresco de la calle le hizo recordar que no había probado el té, subió al primer micro que arribó a la parada, bajó en el centro, caminó dos cuadras, el guardia del banco le franqueó la entrada.
En ese mismo momento, otro hombre salió de una pensión de mala muerte del barrio de Constitución. Igual que el otro llevaba disimulada en la cintura una pistola. Su cara reflejaba la imagen de alguien vencido, derrotado. Caminaba con la vista fija en las baldosas y adoquines que se iban deslizando bajo sus pies.
Había recobrado la libertad hacía apenas un par de meses. Cometió un error, pero ya era tarde para el arrepentimiento, tuvo que pagar cinco años en un infierno.
Perdió todo, amigos, familia, pareja. Una vez libre trató de manera infructuosa de encauzar su vida, pero el esfuerzo resultó vano, su edad que rondaba los cuarenta y tantos representaba un escollo en la búsqueda de trabajo, a veces alguna que otra changa, siempre resultaba igual…”Ya lo vamos a llamar”
El dueño de la pensión aunque conocedor de su problema, le había dicho que lo lamentaba pero debía abandonar la pieza si no cancelaba la deuda. No le pudo contestar nada, ni sabía tampoco que decirle. Esa mañana al salir notó que el encargado no estaba en el escritorio, sabía perfectamente lo que guardaba en unos de los cajones disimulados con papeles, una pistola automática. No lo dudó, abrió el cajón, tomó el arma y se la calzó en la cintura por la espalda, también uno de los periódicos que estaba en el mostrador, lo colocó debajo de uno de sus brazos y desapareció en la calle.
Nuestro primer hombre ya estaba en su lugar, la caja en el banco, atendiendo a los clientes con sus quejas de siempre, él no escuchaba, solo atinaba a mover la cabeza como aprobando sin poder ni querer articular palabra. La pistola que tenía en la cintura le molestaba pero no podía hacer otra cosa que tolerarla, sabía que hoy la iba a utilizar. La infiel debía pagar.
El segundo hombre, como hipnotizado caminaba sin rumbo. En un momento se encontró parado frente a la ventana de un bar, esa mañana no había desayunado pero no tenía dinero para semejante lujo, sus ojos mostraban un brillo especial producto del fastidio y la impotencia.
No sabía cuánto había caminado, pero cuando levantó la vista alcanzó solo a leer las dos primeras palabras “Banco de……” sin dudar un instante como con furia, traspuso la puerta, lo recibió un hall repleto de gente. Miró al guardia que solo controlaba el ingreso, sabía que lo podía hacer, se acercó a una repisa donde los clientes hacían anotaciones, tomó una hoja en blanco y garabateó algo, luego dobló el papel y se puso en una de la filas.
El cajero casi sin mirar tomaba los documentos que le alcanzaban por debajo del vidrio, buscaba en la pantalla, verificaba los datos y mientras meneaba la cabeza contaba los billetes.
El hombre que estaba en la fila con el papel doblado en la mano y el periódico debajo del brazo, era el próximo.
El destino en ocasiones pareciera juguetear haciendo coincidir situaciones y personas, como si fuera un simple juego macabro.
-El próximo- dijo el cajero y extendió su mano para recibir el documento, el contacto del papel doblado lo sobresaltó. Por primera vez en el día, el cajero miró los ojos del hombre que estaba del otro lado, percibió la dureza de esa mirada, desdobló el papel y comenzó a leer, volvió a mirarlo y recién ahí se dio cuenta que debajo del diario apoyado en el mostrador, asomaba el caño de una pistola que le apuntaba directamente. Era la primera vez que el cajero vivía una situación de esa naturaleza, quitó la vista del arma y observó al hombre que tenía frente a sí, tuvo que parpadear porque lo que vio fue sobrecogedor, era como si se estuviera mirando a un espejo.
Sin pensarlo el cajero con su mano izquierda abrió muy despacio el cajón del dinero y con la derecha hurgó en su cintura, sintió el frío metal de la culata la sujetó y con un movimiento rápido, quedaron las dos armas enfrentadas.
Los dos hombres se miraban desencajados, en ese momento sus caras dibujaban la desesperación y el espanto.
Sonó un disparo, el ruido atronó el ambiente, no dejaba de rebotar en todas las paredes, en el cielo raso, en el piso, en las personas. Parecería que el silencio no iba a llegar nunca, los clientes y algunos empleados se arrojaron al piso, el guardia desenfundó su arma pero no sabía de dónde provenía el sonido, éste se iba apagando muy lentamente.
La camisa no fue obstáculo para el recorrido de la bala que fue desgarrando la carne, la sangre comenzó a teñir la ropa de un rojo oscuro, mientras que los dos hombres seguían mirándose con ojos desorbitados. Solo, pero solo en uno de ellos, en sus labios se dibujó una sonrisa como de alivio y cayó fulminado al piso.

 

 

 

 

 

 

 

 


Posted 18 enero, 2015 by admin in category Cuentos

Leave a Comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*